Un destino recomendable si lo que se busca es disfrutar del turismo rural y también conocer el legado de los primeros colonos que se instalaron en la localidad.
No es casualidad que Leandro N. Alem sea conocida también como la Capital de la Alegría, pues no es otro el sentimiento que invade a los visitantes
que se aprestan a recorrer este
rincón que “expone un crisol de
razas, religiones y costumbres, en
una exuberante vegetación, que confluyen en una magnífica integración” que anima a pedir por “un ratito más”.
Ubicada a 81 kilómetros de Posadas, a esta preciosa ciudad se puede
llegar por la ruta nacional 12, tomando la ruta provincial 4 en el empalme de Santa Ana; o a través de
la zigzagueante ruta nacional 14,
desde el cruce de San José.
“Tabaco, yerba y té muestran tu
inmensidad. Jardín de Edén; picada San Javier hacia Cerro Corá, hoy
sos mi Alem”, describe la canción
oficial de este pueblo que forjaron
inmigrantes que se abrieron camino en la selva misionera, trayendo
como única riqueza su fe, esperanza,
honestidad y, por sobre todo, amor al
trabajo.
Mucha de esta historia se puede
“revivir” en el Museo Abolengo, en
el centro de la ciudad (avenida Güemes 268), donde un cúmulo de objetos es mudo testigo del empeño y dedicación de aquellos primeros colonos.
Sus fundadores lograron, a lo
largo de veinte años, el rescate de
piezas históricas explorando picadas misioneras y escudriñando en
viejos galpones en los que dormían
baúles y valijas, sierras de mano, trapiches, elementos de labranza, tornos, prensas e, incluso, carruajes de
la época.
Improvisados lavarropas, morteros y enseres de uso cotidiano dan
fe del sacrificado y épico comienzo,
mientras que una vitrola, un wincofón, tocadiscos, antiquísimas radios y relojes de pared (el Cucú y la
emoción de los niños cuando el pajarito anuncia que treinta minutos
han pasado merecería un párrafo
aparte) son ejemplo del avance que
vivía el Viejo Continente por ese entonces.
En este espacio especial, que se
presenta como una oportunidad de
“recrearse con recuerdos e instruir
a los jóvenes sobre los rastros de
nuestros antecesores, sus raíces, cultura, odiseas y proezas, pues encarna la esencia de un legado divino y
nos encauza a mantener viva la memoria sobre nuestros verdaderos
orígenes, más allá del tiempo y las
generaciones”, tal como expresan
sus iniciadores, se pueden adquirir
artesanías en madera, cuero, alpaca, bijouterie, mates y bombillas
para un excelente obsequio artesanal (la entrada es libre y gratuita).
Un paseo entre flores autóctonas
y la actividad agrícola
Luego de un recorrido por la historia, Ikebanas Agroturismo brinda
la posibilidad de disfrutar de un momento “bien misionero” en un
jardín que se asemeja a la pintura
de un cuento infantil, en el que multicolores mariposas, grandes y pequeñas, revolotean de flor en flor,
rodeado de extensas plantaciones
de té, que se dejan ver desde lejos
como una acolchonada alfombra de
un verde intenso, y yerba mate, productos de la economía tradicional
de la zona.
Aquí, la familia Hins recibe a sus
visitantes con una calidez incomparable, para sumergirlos en un
mundo en el que conviven alrededor de setenta especies de orquídeas entre las más variadas y carnosas
bromelias e infinidad de hojas de
begonias rodeadas de hermosos helechos.
Todo es didáctico, mientras en el
exterior enormes cactus se cubren
de epífitas, que ascienden en busca
de luz y según la temporada se visten de bellísimos ramilletes, un verdadero deleite para los movedizos
picaflores; un caminito, que pasa a
un lado de una pequeña laguna poblada de camalotes y tortugas de
agua, que entretienen a niños y grandes, conduce al vivero donde, entre
cascadas y arroyuelos artificiales
(que poco pueden envidiar a los naturales), más de doscientas especies
de flora nativa emanan los más exquisitos aromas.
Tras regocijarse con el perfume a
“vainilla y miel”, que regalan minúsculas orquídeas, es el momento de
pasar al salón de artesanías donde
todo es madera, desde juegos de living y veladores a cuadros y atractivos cestos con flores que don Hins
confecciona junto a su esposa de manera totalmente artesanal.
Llegar a la chacra de este matrimonio, que gentilmente abrió sus
puertas, es sumamente fácil, un cartel de importantes dimensiones
señala el rumbo desde la ruta provincial 4, donde debe tomarse la picada Vélez Sarsfield y transitar alrededor de 1.500 metros (coordenadas para GPS 27º37'6,67”, -
55º20'40,07”).
Pero esta tierra, que comenzó
identificándose con el nombre de
“Mecking”, en referencia a un pionero que se constituyó como un referente en la zona, es también el
“portal de acceso a la Ruta de la
Selva”; donde los intensos colores
de la tierra, los sonidos de la naturaleza y la frescura de los ríos y cascadas son los protagonistas. Un ambiente sin igual que intentaremos
reflejar en el próximo número de
TURISTA.
Texto: Evangelina Njirjak
Diario Primera edición Misiones
No hay comentarios:
Publicar un comentario