miércoles, 10 de julio de 2013

ALEM un rincón de memoria...


Un destino recomendable si lo que se busca es disfrutar del turismo rural y también conocer el legado de los primeros colonos que se instalaron en la localidad.

No es casualidad que Leandro N. Alem sea conocida también como la Capital de la Alegría, pues no es otro el sentimiento que invade a los visitantes que se aprestan a recorrer este rincón que “expone un crisol de razas, religiones y costumbres, en una exuberante vegetación, que confluyen en una magnífica integración” que anima a pedir por “un ratito más”. Ubicada a 81 kilómetros de Posadas, a esta preciosa ciudad se puede
llegar por la ruta nacional 12, tomando la ruta provincial 4 en el empalme de Santa Ana; o a través de la zigzagueante ruta nacional 14, desde el cruce de San José. “Tabaco, yerba y té muestran tu inmensidad. Jardín de Edén; picada San Javier hacia Cerro Corá, hoy sos mi Alem”, describe la canción oficial de este pueblo que forjaron inmigrantes que se abrieron camino en la selva misionera, trayendo como única riqueza su fe, esperanza, honestidad y, por sobre todo, amor al trabajo. Mucha de esta historia se puede “revivir” en el Museo Abolengo, en el centro de la ciudad (avenida Güemes 268), donde un cúmulo de objetos es mudo testigo del empeño y dedicación de aquellos primeros colonos. Sus fundadores lograron, a lo largo de veinte años, el rescate de piezas históricas explorando picadas misioneras y escudriñando en viejos galpones en los que dormían baúles y valijas, sierras de mano, trapiches, elementos de labranza, tornos, prensas e, incluso, carruajes de la época. Improvisados lavarropas, morteros y enseres de uso cotidiano dan
fe del sacrificado y épico comienzo,
mientras que una vitrola, un wincofón, tocadiscos, antiquísimas radios y relojes de pared (el Cucú y la emoción de los niños cuando el pajarito anuncia que treinta minutos han pasado merecería un párrafo aparte) son ejemplo del avance que vivía el Viejo Continente por ese entonces.
En este espacio especial, que se presenta como una oportunidad de “recrearse con recuerdos e instruir a los jóvenes sobre los rastros de nuestros antecesores, sus raíces, cultura, odiseas y proezas, pues encarna la esencia de un legado divino y
nos encauza a mantener viva la memoria sobre nuestros verdaderos orígenes, más allá del tiempo y las
generaciones”, tal como expresan
sus iniciadores, se pueden adquirir
artesanías en madera, cuero, alpaca, bijouterie, mates y bombillas para un excelente obsequio artesanal (la entrada es libre y gratuita).
Un paseo entre flores autóctonas y la actividad agrícola Luego de un recorrido por la historia, Ikebanas Agroturismo brinda la posibilidad de disfrutar de un momento “bien misionero” en un jardín que se asemeja a la pintura de un cuento infantil, en el que multicolores mariposas, grandes y pequeñas, revolotean de flor en flor,
rodeado de extensas plantaciones de té, que se dejan ver desde lejos como una acolchonada alfombra de un verde intenso, y yerba mate, productos de la economía tradicional de la zona.
Aquí, la familia Hins recibe a sus visitantes con una calidez incomparable, para sumergirlos en un mundo en el que conviven alrededor de setenta especies de orquídeas entre las más variadas y carnosas
bromelias e infinidad de hojas de begonias rodeadas de hermosos helechos.
Todo es didáctico, mientras en el exterior enormes cactus se cubren de epífitas, que ascienden en busca de luz y según la temporada se visten de bellísimos ramilletes, un verdadero deleite para los movedizos
picaflores; un caminito, que pasa a un lado de una pequeña laguna poblada de camalotes y tortugas de
agua, que entretienen a niños y grandes, conduce al vivero donde, entre
cascadas y arroyuelos artificiales (que poco pueden envidiar a los naturales), más de doscientas especies
de flora nativa emanan los más exquisitos aromas.
Tras regocijarse con el perfume a “vainilla y miel”, que regalan minúsculas orquídeas, es el momento de
pasar al salón de artesanías donde todo es madera, desde juegos de living y veladores a cuadros y atractivos cestos con flores que don Hins
confecciona junto a su esposa de manera totalmente artesanal.
Llegar a la chacra de este matrimonio, que gentilmente abrió sus puertas, es sumamente fácil, un cartel de importantes dimensiones señala el rumbo desde la ruta provincial 4, donde debe tomarse la picada Vélez Sarsfield y transitar alrededor de 1.500 metros (coordenadas para GPS 27º37'6,67”, -
55º20'40,07”).
Pero esta tierra, que comenzó identificándose con el nombre de “Mecking”, en referencia a un pionero que se constituyó como un referente en la zona, es también el
“portal de acceso a la Ruta de la Selva”; donde los intensos colores de la tierra, los sonidos de la naturaleza y la frescura de los ríos y cascadas son los protagonistas. Un ambiente sin igual que intentaremos reflejar en el próximo número de
TURISTA.
Texto: Evangelina Njirjak
Diario Primera edición Misiones

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